La Macorina junto a un auto que pudo ser suyo. Diseño: Gilberto González García |
Ya sea por el poema escrito por el asturiano Alfonso Camín en el año 1931, o el estribillo que convirtió en un éxito el cantante Abelardo Barroso, lo cierto es que, a medio siglo de haber fallecido, aún queda en La Habana el recuerdo de Macorina, quien al decir de su vecina, Mercedes Chacón Aballí, “era muy simpática y tiposa desde niña, buena vecina y muy servicial”.
María Calvo Nodarse, Macorina, nació en el año 1892 en el poblado de Guanajay, entonces perteneciente a la provincia de Pinar del Río.
De ella, asevera su vecina Mercedes: “Ayudaba mucho a la gente de la cuadra, nunca dijo que era rica, pero más o menos uno lo captada, era una mujer alegre y manejaba un Pontiac y un Cadillac”.
Casa de la calle Jovellar, número 123, en Centro Habana, una de las que habitó Macorina. Foto: Cáliz Moré Leal |
Rogelio Carnero Pérez de adolescente saltaba de azotea en azotea para observar los movimientos de la espectacular mujer en su vivienda de Príncipe 155, entre San Francisco y Espada, en Centro Habana, una de las tantas casas de cita de la musa del pintor cubano Cundo Bermúdez.
Carnero Pérez rememora: “Macorina llegó a ese domicilio en el año 1943, sumando esa propiedad a otras que ya tenía, y cuando ella se asomaba las personas muy mayores le pedían un peso, que ella les entregaba gustosamente.
“Era muy bonita, los dueños de agencias le regalaban los automóviles. Cada año ella parqueaba aquí un carro ‘nuevo de paquete’. El banquero y representante a la cámara, Amadeo Barletta, le regaló un carro convertible del año 55, nuevecito, del mismo tipo que le regalaba a la Reina del Carnaval”.
Al preguntarle sobre el final triste, oscuro y solitario de Macorina, que refieren algunos autores, entre ellos Miguel Ojeda Vila, Carnero Pérez respondió: “Yo no vi que muriera pobre, ni nada de eso, porque ella tenía bastantes casas y un hijo que tenía maquinas que ella le proveía cuando le obsequiaban una nueva. Eso era lo más corriente.
“Sí recuerdo que cuando la velaron en la funeraria de Belascoain y Zanja, yo estuve ahí y aquello estaba bien concurrido y había muchas coronas de flores”.
Honores, tal vez de aquellos a los que brindó sus favores, o de quienes conocían su hermosura, o la conocían como la primera cubana que manejó un automóvil en la isla y obtuvo la primera licencia de conducción entregada por el municipio de La Habana; habilidad que Macorina marcaba, de acuerdo al testimonio de Rogelio Carnero: “Al salir por la calle Príncipe hasta la calzada de Infanta, en vez de parar por la izquierda, se pegaba a la acera y las personas corrían para verla por la ventanilla”.
Tu acento, suave y dulzón, / sinsonte que en la mañana / todo su canto desgrana. / Cocuyos hechos canción, / tus ojos de calentura; / tu sangre, notas de un son; / tu boca, una bendición / de guanábana madura; /tus senos, carne de anón, / ¡y era tu fina cintura / la misma de aquel danzón! / Vaho de caña y maní: “Pon, ponme la mano aquí, Macorina”.
Fragmentos del poema Macorina que musicalizara la mexicana Chavela Vargas y que fueron amplificados en el estribillo que popularizada Barroso con la Orquesta Sensación, en la segunda mitad de los años 50 del siglo XX.
Ponme la mano aquí Macorina / que me muero Macorina / Ponme la mano aquí Macorina / que me duele Macorina / Ponme la mano aquí Macorina / que estoy loco Macorina / Ponme la mano aquí Macorina / ponme la mano aquí.
Solo un ser como la describió Chavela Vargas: “Una mujer excepcional… una mulata hija de negra y chino; un ejemplar femenino que solamente lo he visto en Cuba: Macorina tenía un color de piel exacto a la hoja del tabaco. Sus ojos eran verdes y tenía cabellos lacios que le llegaban a la cintura. Todos los que la conocimos no la hemos podido olvidar jamás”, pudo ser la diva de no pocos mortales, como el entonces imberbe Rogelio Carnero Pérez quien, cumplidos los 87 años, la recuerda gritándole: “Rogelio se lo voy a decir a tu mamá”, cuando el joven trataba de verla, ayudándose de un espejito, desde la azotea de la casa de la calle Príncipe, número 155.
A 39 años del fallecimiento de Macorina, uno de los personajes que también hacen la historia de esta Ciudad Maravilla, Mercedes Chacón, quien la conoció cuando habitaba la casa palaciega de San Miguel 561 entre Belascoaín y Gervasio le desea: “Mucha luz para Macorina… porque era completa”.
Otra
de las viviendas de la extraordinaria mujer, ésta en la calle San
Miguel 161 entre Belascoaín y Gervasio. Foto: Cáliz Moré Leal |
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